sábado, outubro 04, 2008

La lección semántica

Debe tener muy claro que usted nunca podrá escribir mientras cobije el odio hacia todas las cosas.

Anabel es tan virtuosa. Ayer escribió un ensayo sobre la hermosura de la letra G en todas las tipografías conocidas e incluso llegó a analizar porqué Occidente la relegó al séptimo lugar de nuestro alfabeto cuando los sistemas griegos y fenicios la tenían en el podio triunfal junto con alfa y beta.

Abegedario.

Mmm… abejedario. Eso sería ideal para describir la escritura china con miles de caracteres zumbando como abejas en panales de pergamino con inspiración vertical.
O moscas aplastadas por un pesado libro costumbrista al cerrarse violentamente en la página Tiananmen.

Pero Anabel lo escribió mejor, lamentablemente yo no puedo reproducir textualmente sus palabras y –agravante central- ella no presta sus escritos a nadie. Se limita a leerlos con su voz lenta y su tibio acento lojano. Entonces, los que la admiramos tratamos de retener en el borde del tímpano lo más vertiginoso de sus párrafos para imaginarnos planetas de estaño cuya génesis se puede deber a elementos tan sencillos como un agujero en el pupitre o la pluma que se negó a escribir sobre papel celeste.

Hace unas semanas, Lorena me contó muy emocionada que había encontrado un pequeño texto de Anabel escrito en un cartón de esos en los que venden los hot dogs del bar. No le creí mucho porque:

a) Ese cartón estaría grasoso y manchado de rojo, blanco y mostaza; lo cual impediría la escritura.
b) Nadie ha leído jamás un manuscrito de Anabel, así que nadie conoce su letra.

- ¿Y no toma apuntes en clase? Tú te sientas atrás de ella.

- Se pasa el rato mirando por la ventana o durmiendo. Nunca escribe nada.

Sin embargo, el punto b) no considera a los profesores, quienes sabrían reconocer la letra de Anabel por los exámenes o los cuadernos al día. El profesor de literatura, que amaba tanto a Anabel como nosotros, fue el primer consultado:

- Pero Anabel siempre entrega sus deberes impresos. Nunca le reviso sus cuadernos.

- Pero… ¿y los exámenes?

- Ella no hace exámenes ¡es un genio!

- Mierda


Nos aburrimos de la escasa cooperación del profesor y a Lorena se le perdió el cartón de hot dog cuando fue al baño. Lo más estúpido fue que ni ella ni yo nos preocupamos por memorizar lo que decía el pedazo de cartón.

Solo recuerdo una palabra: marasmo.

Zarpazo Bursátil

Mira qué largo ese cuello. Sabemos que no hace ballet porque trabaja desde hace más o menos 5 años en este banco. Es imposible que una cajera de banco practique ballet porque el sonido de las monedas se queda en medio tímpano y no le permitiría seguir el compás. Por eso las cajeras de banco solo escuchan música romántica de bolsillo y se asustan con expresiones musicales más elaboradas. Y mira que sus manos también son largas…talvez practicó danza cuando era pequeña. Aunque con esa risa estrepitosa es más probable que no haya pasado de cheerleader.

-Pero igual te gusta.

-Sí. Mierda. Pero una persona de mente tan plana está muy desaconsejada para mí

La cola avanzó rápido y Héctor se encontró ante la cajera de cuello largo.

- Vengo a hacer un depósito.

La cajera no sonríe. Del otro lado de la caja se escucha nooooooooo voy a llorar y decir que no merezco esto porque... La cajera masculla la canción y Héctor tuerce la cara. La transacción termina en menos de un minuto. El que sigue.

Héctor piensa: no debería existir el contacto humano.

-¿Qué pasó? ¿No te paró bola?

-Porque toda la humanidad es un enorme cuadro impresionista. De lejos puedes ver su belleza reflejando luz y colores pero, cuando acercas la nariz, percibes que solo son manchas sin sentido y la cara de Winnie Pooh.

-Sí. Qué verga, loco.

Pero las palabras de Héctor no demuestran la verdadera tristeza que le hinca.

quinta-feira, setembro 25, 2008

Hidrofobias contemporáneas

Ante la imparable lluvia de palabras y para no dejarme vencer una vez más por el marasmo, declaré abierta la cacería de patos oníricos.

El primer pato fue visto el pasado domingo en las escaleras eléctricas del Mall del Sol alrededor de las 15:30. Se presume que se dirigía a Mr. Books para aprovisionarse de literatura subversiva. En su ala derecha cargaba un maletín plateado y no usaba sombrero. En estas circunstancias se procedió a darle muerte con un bucket de camarones apanados. El ataque fue por la espalda, así que el pato recibió una muerte sorpresiva y placentera.

En similares circunstancias fue interceptado otro pato en el C.C. Unicentro el día lunes 15 alrededor de las 11:00. Este palmípedo se hallaba acompañado por su compinche, el barquito de plástico. Para evitar otra muerte innecesaria, se decidió ahuyentar al barquito reproduciendo con mi celular la conocida canción My heart will go on on de Celine Dion. A los pocos segundos el barquito zarpó velozmente dejando solo al infame pato, permitiendo su ejecución con una salchicha Frankfurt.

Después de tres días de búsqueda, el tercer pato fue hallado libando en el bar salsoteca “Son Cubano” ubicado en las calles 19 y la H. A diferencia de los anteriores, este pato sí se encontraba armado y protegido por su séquito de palmeras artificiales y calefones. De alguna manera, el pato se había enterado de mi presencia y había dispuesto que se prohíba mi entrada, así que tuve la idea de dar una falsa alarma de bomba. Fingiendo un acento venezolano hice la llamada insidiosa que alertó a los empleados del bar, quienes exhortaron a sus clientes para que salgan inmediatamente. El asqueroso pato, reconocido por su cobardía y amarillez, salió despavorido aleteando por la calle, donde aproveché para verter sobre él un vaso de avena polaca, provocando así su muerte instantánea.

Por último, esta mañana encontré al pato en jefe caminando en el centro de la ciudad. Al parecer el ave maligna percibió mi presencia antes que yo, pues en un momento comprobé que el pato se dirigía a mí, acercándome velozmente su asqueroso pico. Pude ver que cargaba maíz y otros artefactos bélicos, lo cual me hizo pensar en la inminente necesidad de una aniquilación apocalíptica. Encontré en el camino una bola de canguil acaramelado, que la despreciable ave esquivó socarronamente. Pensé en morocho, pero el pato se precipitó primero sobre la carretilla y me aventó sus panes venenosos que afortunadamente no me tocaron. Me sentí en obvia desventaja: este pato no estaba dispuesto a morir y conocía todas las artes de defensa posible. Mientras buscaba la leche condensada en mi mochila, una vecina del sector tuvo la gentileza de echar una lavacara con agua de conchas y camarones que mojaron las patas del pato y las derritió en un efecto que aún a mí me conmovió a pesar de la repulsión que sentía contra tan vil animal imaginario.

Pero el pato en jefe no murió. Vi cómo sus patas se deshicieron pero, cuando esperaba verlo morir desangrado, apareció una gentil fotógrafa obesa española quien sintió compasión de tan desventurado ser y lo guardó en su estuche negro de todas las cosas donde se lo llevó para efectuarle alguna curación que seguro le proporcionará patas nuevas de polietileno y una renovación más bizarra de su maldad.